23/9/09

SUFRIMIENTO E IGUALDAD INTERIOR II

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO

La expresión máxima del cese del sufrimiento es la perfecta igualdad interior. Igualdad quiere expresar la ausencia en nuestro interior de reacción anímica, emocional perturbadora alguna ante los acontecimientos y circunstancias que nos toca vivir, tengan estos el cariz que tengan. Tampoco nos perturban la infinitud de energías que pueden aflorar en nuestro vital-emocional provenientes de nuestro subconsciente después de haber permanecido “dormidas” allí por un tiempo. Esta igualdad, este equilibrio y armonía internos, no tienen nada que ver con la actitud del individuo apático o indolente de muy bajo “tono vital” que no reacciona, o lo hace débilmente, ante los acontecimientos en los que se ve inmerso. Tampoco significa desinterés por los problemas o proyectos ajenos o propios. Ni es una igualdad contenida, forzada, reprimida, rígida, que busca cuidar la imagen que queremos proyectar ante los demás. Debemos observar también que hablamos de igualad ante las emociones perturbadoras tanto negativas como “positivas”. El contento porque nos ha tocado la lotería y la tristeza porque nos hemos arruinado son lo mismo desde el punto de vista de la igualdad interior. También son lo mismo la tristeza por la ruptura de una relación sentimental o la euforia por su inicio. De este aspecto no solemos darnos cuenta porque la euforia de las emociones perturbadoras “positivas” nos producen un bienestar y placer momentáneos poco favorecedores de la reflexión; y también porque identificamos la adversidad con el malestar anímico que nos provocan las emociones desagradables (tristeza, dolor, rabia, odio…). No obstante, desde el punto de vista evolutivo la adversidad en muchas ocasiones viene vestida de abundancia material, éxito personal, aceptación social, vida cómoda, etc., porque pueden dificultar enormemente el proceso de autorrealización, de la misma manera que podría hacerlo la penuria extrema. Sucede también que estamos acostumbrados a apoyar nuestro actuar en una cierta tensión de nuestro vital emocional, que consideramos normal e incluso imprescindible para nuestro trabajo y que nos impide tener conciencia de esa falta de igualdad interior.


Igualdad es la quietud, la paz, la ecuanimidad interior. Es la base necesaria para que se produzca el descenso del Poder y la Energía divinas que irán purificando y transformando más y más las distintas partes de nuestro ser. La perfecta igualdad es la de los yoguis que han superado la dualidad de los opuestos en los que la naturaleza se expresa, aún en los ejemplos extremos que antes hemos citado. En tanto que nuestra igualdad interior vaya siendo más profunda y permanente nuestra realización personal también lo será, y viceversa. Ya que, en la medida que nos realizamos, se instaura en nosotros la igualdad interior mayor y sobre la base de nuestra igualdad interior nuestra realización se acrecienta. Es la abundancia sobre la abundancia, porque en el camino de la autorrealización o yoga integral se le da más a quien más realización tiene, es decir, a quien más se ha entregado y ha renunciado a su pequeño poder egoico para abrirse al descenso del gran Poder.
No es fácil comprender esta igualdad. Podría parecer que hablamos de seres fríos, impasibles, robots emocionales alejados de los intereses sociales e individuales de sus semejantes, más aún en una sociedad tan globalizada e interdependiente como la nuestra, que continuamente nos exige, a través de sus medios de comunicación, una respuesta ante cualquier circunstancia, reacción siempre buscada a través del toque emocional y de las identificaciones egoicas de pertenencia a un grupo social, religión, cultura, educación, modo de vida…, frente a otros grupos sociales, religiones, culturas, educaciones y modos de vida…

Lo primero que hay que aclarar es que la igualdad interior no implica no responder ante los requerimientos personales o sociales que se nos presenten. El yogui integral actúa e influye sobre las circunstancias que le toca vivir, ¡vaya que sí actúa!; y puede ser un gran constructor o un gran destructor de los obstáculos de la inconsciencia, vengan estos disfrazados de vicio o de virtud; pero actúa e influye no en función de preferencias o identificaciones de su ego, sino a sabiendas de que a través de sus actos se expresa el UNO en sus múltiples manifestaciones, sabedor y deseoso de ser su instrumento, lo más puro posible, un humilde canal que pueda favorecer el gran flujo evolutivo del ser humano en su transformación. La igualdad nos permite ser más efectivos en nuestras respuestas, puesto que no estamos enmarañados en emociones reactivas que embotan nuestra capacidad de entendimiento y desvían nuestra voluntad

La igualdad interior requiere mantener distancia con los acontecimientos que suceden en el exterior igual que con los pensamientos, emociones y sensaciones corporales que se produzcan en nuestro interior. Los unos y los otros están fuera del ser psíquico que los observa y que paulatinamente va emergiendo en nosotros, porque este ser psíquico central es pura esencia divina inmaculada. Todos estos acontecimientos son observados con distancia porque son parte del juego de la naturaleza, irreal e ilusorio desde el punto de vista de nuestra identificación con ellos, porque no constituyen nuestra esencia intacta; pero a la vez imprescindible y real porque en tal juego de la naturaleza se desenvuelve nuestra evolución y es, a su vez, manifestación de lo divino.

Al haberse eliminado nuestras identificaciones egoicas, la igualdad interior nos permite una empatía-amor indiferenciado hacia todos y hacia todo, un amor que, como no desea proyectarse egoicamente, no espera respuesta alguna. En la igualdad interior hay por tanto un doble movimiento: la distancia producida por la desidentificación egoica y la cercanía de la empatía-amor indiferenciado y omniabarcante, naturalmente proveniente del ser psíquico desde el que vivimos y actuamos ya superado el ego. Aurobindo en su Yoga de las Obras Divinas indica que la mejor manera de saber si hemos renunciado al fruto de nuestras obras es precisamente nuestra igualdad interior ante el resultado de las mismas.