17/9/09

SUFRIMIENTO E IGUALDAD INTERIOR (I)

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO

Al inicio del camino el practicante no sabe muy bien si avanza adecuadamente. En un sendero tan complicado y con tantas dificultades y trampas como el espiritual, el iniciado no sabe qué indicadores debe tener en cuenta para valorar si su evolución es adecuada. Normalmente las experiencias espirituales tardan algún tiempo en llegar a nosotros y, además, estas, por sí solas, no se transforman en realización. Suele ocurrir también que el Poder Superior actúa, a veces, de forma secreta para nuestra conciencia, “detrás del velo” y no somos capaces de percibir nuestra propia evolución espiritual; o, incluso, pudiera parecer que retrocedemos, cuando la aparente oscuridad en la que nos encontramos es el preludio de un nuevo salto evolutivo para nosotros. Sin embargo, en general, podemos afirmar que la evolución espiritual resulta evidente para el practicante con una cierta experiencia y camino recorrido. Tan evidente y tan perceptible como cualquier realidad física, si no más.

Un indicador que puede resultar práctico para evaluar nuestro trabajo y evolución interior es nuestro nivel de sufrimiento. ¿Sufrimos con la misma intensidad y frecuencia y por las mismas causas que cuando iniciamos el trabajo? ¿Reaccionamos igual que antes ante los mismos estímulos? No cabe duda de que este es uno de los aspectos más básicos que debemos mirar para saber si avanzamos debidamente. Pero hay que ser muy sinceros, porque reprimir la rabia, el odio, o cualquier otra emoción perturbadora, arrinconarla o huir de ella con estrategias de despiste, no significa que se hayan disuelto, o que se vayan debilitando o extinguiendo. Indica tal vez que hemos adquirido habilidades suficientes como para manejarlas, arrinconarlas, ocultarlas o para sentarnos encima de ellas y evitar que nos hieran demasiado.

Es posible dejar de sufrir y debemos dejar de sufrir, porque el sufrimiento, como la enfermedad, no son estados naturales del ser humano y van justo en dirección contraria a nuestra evolución. Pero debemos adquirir primero conciencia de nuestro propio sufrimiento. En ese darse cuenta la sinceridad personal es también una actitud imprescindible, porque nuestra mente inventará mil subterfugios y excusas para justificar nuestra situación de padecimiento. La mente humana no puede estar en profunda disgregación y desarmonía con lo que el vital-emocional siente, y tiende a justificar y dar por bueno el padecimiento emocional, de tal manera que el ser humano asume su sufrimiento como connatural a la vida, como un peaje que hay que pagar por vivir; incluso le añade el valor de ser redentor de sus culpas y pecados, cuando el ser humano, alejado de la verdad de su esencia, se siente, más o menos intensamente, perverso o “malo”. En ocasiones nos apegamos al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad y a las penalidades, porque es un terreno donde nuestro ego chantajista se hace fuerte y engorda con la atención y conmiseración de los que le rodean. Otras veces nuestra mente elige un camino más expeditivo y niega que exista sufrimiento alguno, cuando para los que están a nuestro alrededor este es evidente.
La conciencia del “yo sufro” es imprescindible para un cambio en nuestras vidas hacia una realidad más plena y gozosa. Junto a esto, es necesario comprender que “puedo dejar de sufrir”. Por eso, no tendremos posibilidad de crecer y evolucionar si aceptamos nuestro sufrimiento como inevitable o natural y mientras nos rindamos, indolentes y perezosos, ante esa supuesta inevitabilidad. Por tanto, es imprescindible una determinación interior, una rebelión contra ese determinismo ignorante. Pero, a veces, confusos, buscamos paliar nuestra insatisfacción interior a través de un rosario de experiencias de tinte espiritual; o se les concede la calidad de espiritual a dudosas prácticas. Y, de esta manera, con el pretexto de eclecticismo, de la riqueza que puede aportar la diversidad, bebemos todo lo que se nos ofrece, muchas veces más próximo a lo esotérico, la astrología o lo paranormal, que a lo genuinamente espiritual. Pero, incluso en prácticas de toda solvencia, se tiende a mezclar Roma con Santiago y fusionamos sin criterio tradiciones espirituales que precisamente tienen su fuerza y efectividad en la coherencia interna de sus postulados y de sus propuestas de trabajo secularmente experimentadas por muchos seres que nos han precedido. Es claro que nada debe estar cerrado para un buscador; no deben existir dogmas para la mente de un yogui integral; no debemos tener miedo a nuevas propuestas… Pero para que el trabajo y la disciplina espirituales sean efectivos, para que nuestra evolución sea firme y considerable, se necesita que nos focalicemos en un determinado camino. Es bueno decidir, después de haber pasado un periodo inicial necesario para conocer y probar distintas alternativas, para experimentar distintas propuestas hasta encontrar aquella que comprobamos o intuimos que es la mejor para nosotros. Es bueno que anclemos bien el barco de nuestra práctica espiritual en ese fondo seguro y desde esa seguridad podamos disfrutar de otros vientos y afrontar otras tempestades. Porque, de lo contrario, acaban imponiéndose sobre la práctica y la disciplina en el trabajo, el turismo y consumo espiritual, provocando que nuestra experiencia espiritual se conforme sobre un montón de “viditas” pero esté anémica de verdadera Vida. Es como si salteáramos de estrellitas de purpurina el paño de oscuro sufrimiento de nuestra vida. Sólo los privilegiados tocados por el discernimiento se dan cuenta de que es perfectamente posible dar ese salto evolutivo hacia el no sufrimiento y encaminarse hacia la profunda beatitud y gozo constitutivos de nuestra propia esencia.