7/9/09

OTRA MANERA DE VIVIR

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO

Vivimos como podemos o sabemos, muchas veces de forma bastante inconsciente, y siempre de acuerdo con nuestra evolución personal como seres humanos. Creemos que somos más o menos libres de decidir a dónde vamos, con quién estamos, cómo utilizamos nuestro tiempo libre, qué y cuánto comemos, cómo respondemos ante las distintas situaciones, etc. En realidad, salvo un puñado de actos realizados “con más conciencia” todo lo demás, está bastante automatizado en nuestras vidas, guiado por nuestros hábitos, esquemas mentales y demandas físico-corporales. La mayor parte de estos condicionamientos pertenecen a nuestro inconsciente, formado a muy temprana edad, que gobierna nuestras vidas desde la sombra, sin que nos demos cuenta de ello, según ilustra magistralmente el libro de Antonio Blay “Ser. Curso de Psicología de la Autorrealización”, que trabajamos en grupo de octubre a junio en el Centro AUROBINDO.
Después de cumplir con nuestras obligaciones cotidianas, la expresión de nuestra aparente libertad a la hora de actuar suele ser “hago lo que me apetece” o “lo que me da la gana” o “lo que quiero”, es decir, actúo según mi deseo en ese instante, sin tener que dar cuentas a nadie. Pero, ¿por qué ha surgido ese deseo en concreto y no cualquier otro?; ¿por qué me apetece pasear en vez de ir al cine o viceversa? Y buscando una respuesta volveríamos otra vez a la fuerza que tiene el inconsciente personal sobre nuestras decisiones, cuyo poder reside precisamente en que escapa a nuestro control y, por tanto, a cualquier posibilidad de que podamos dominarlo. Además, nuestras vidas suelen estar salpicadas de pequeños deseos amorfos comunes que buscan satisfacer nuestra continua demanda de bienestar, o están regidas por algún gran deseo vital en torno al cual convocamos toda nuestra mente, nuestra voluntad y hasta nuestro cuerpo.
La poderosísima industria del consumo, en cualquiera de sus modalidades, sabe de todo esto y busca configurar de manera estándar nuestra mente, para que nuestras decisiones y respuestas ante sus propuestas de consumo sean condicionadas, automáticas, y previsibles. En realidad no les resulta demasiado difícil, porque saben el poder que el DESEO tiene sobre el ser humano. Esto no es un descubrimiento de nuestras sociedades modernas de consumo, sino que ya era y es bien conocido por las antiguas tradiciones espirituales que ven en el escollo del deseo la gran dificultad de evolución espiritual del ser humano. Tendemos a desear casi todo aquello que no tenemos, y cuando lo logramos, sólo nos satisface superficial y temporalmente y el deseo se desvanece y surge otro, tal vez, más poderoso que el anterior. Hay, sin embargo, muchas cosas que no nos permitimos desear porque nuestra mente racional nos indica lo inalcanzable de tal deseo y nos advierte sobre la frustración que nos espera si persistimos en la búsqueda de algo inaccesible. Cuanto menos evolucionado es el ser humano sus deseos son más cercanos al instinto animal y su satisfacción se impone de forma más urgente, sin que la mente racional pueda apenas influir sobre ese deseo-instinto. En seres humanos más evolucionados en los que su mente puede imponerse, por lo menos relativamente, a los deseos, estos pueden resultar más modulados o dirigidos a la consecución de logros más nobles y sutiles, o incluso la mente racional puede imponer el bien colectivo familiar, comunitario o social sobre la satisfacción del deseo personal. Pero, de forma más desgarrada o sutil, el ser humano siempre alberga una tendencia a desear y a satisfacer su deseo.


En las tradiciones espirituales orientales la causa del deseo es la ignorancia y la inconsciencia; y la consecuencia inevitable del deseo es el sufrimiento. Quien tenga conciencia de haber deseado y de haber sufrido en su vida, sabe que la unión entre deseo y sufrimiento es indisoluble. Incluso cuando nuestro deseo se cumple, la satisfacción de su cumplimiento se extingue tempranamente y suele dar paso a un vacío aún mayor de insatisfacción, que inmediatamente tendemos a paliar con otro deseo, meta, expectativa u objetivo que consideramos de gran importancia en nuestra vida.
Hemos dicho que la causa del deseo es la ignorancia, porque es ser ignorante creer que la consecución de cualquier deseo nos va a hacer más felices. Sin embargo, junto a la ignorancia del deseo subyace una verdad: el deseo es un impulso evolutivo del ser humano (condicionado como hemos visto anteriormente), pero que, en definitiva, busca el logro de la plenitud y la perfección para la que el ser humano esta diseñado evolutivamente. Expresándolo de otro modo, deseamos porque no nos sentimos plenos y el deseo es un medio, un impulso vital, en busca de la plenitud a la que el ser humano tiende evolutivamente. Pero junto a esta verdad convive un gran error que lejos de hacernos sentir plenos con la consecución del deseo, nos aboca al sufrimiento: erramos en la orientación de nuestro deseo porque confundimos nuestro yo real, nuestra identidad profunda, con nuestra personalidad exterior, con nuestro ego. Si nos hemos identificado con un nombre, familia, trabajo, etnia, grupo político, religión, posición social, riqueza, conocimiento, etc., nuestros deseos se orientarán a lograr lo máximo en todos esos ámbitos donde creemos que nuestra identidad llegará a ser más plena. Nuestro deseo (que en este caso es ya el deseo de nuestro ego) estará orientado hacia el mundo exterior y, por tanto, confundiremos fatalmente nuestra plenitud con el logro del éxito en los ámbitos con los que nuestro ego está identificado.
Pero, en la medida en que vaya emergiendo dentro de nosotros ese “yo esencia”, nuestro yo verdadero, real, interior, central, psíquico… nuestro deseo egóico irá perdiendo su fuerza hipnotizadora y nosotros iremos adquiriendo la energía necesaria para reorientarlo hacia nuestro interior. Y si logramos percibir la conexión de nuestro ser interior con la Realidad Superior de la que deviene, nuestro deseo se elevará y transformará hacia lo superior, impulsado por nuestra voluntad de ascenso, plenitud y perfección, y atraído, a la vez, por Su Poder. Nuestro deseo desorientado, exterior, egóico, se orientará hacia la verdad comprendida de nuestro ser interior y de la Entidad Superior que lo sostiene, convirtiéndose así en una gran ASPIRACIÓN ESPIRITUAL.
Comenzamos a darnos cuenta entonces de que HAY OTRA MANERA DE VIVIR, de que se puede dejar de sufrir, de que la plenitud es posible, y de que la ingente energía despilfarrada en la consecución del deseo exterior y egóico puede transformarse paulatinamente en energía pura de aspiración a la unión e identidad con lo divino.