2/8/09

CONOCIMIENTO, ERROR Y EGO

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO

La facultad de pensar distingue al ser humano del resto de los seres vivientes de la Tierra. El surgimiento de la mente racional es un gran paso evolutivo en el devenir de la humanidad. La mente humana tiene la capacidad de imponerse sobre el instinto, incluso, llegado el caso, sobre el más básico y perentorio instinto de supervivencia; puede convocar a la voluntad en torno a una idea o un proyecto, y hacer de éste el eje en el que se sustentan todas las obras de de su existencia terrenal; puede también superar su sentido individual en favor de una conciencia e interés colectivos. Su desarrollo mental le ha aportado un desarrollo técnico extraordinario, aunque en muchas ocasiones hayan acabado siendo esclavos y víctimas de tal desarrollo tanto el propio ser humano como el planeta en el que habita. Pero el ser mental que somos, no es la cumbre de la evolución humana, tal y como lo hace notar reiteradamente Sri Aurobindo: el destino evolutivo del ser humano es supramental. Con esto se quiere significar que superada la mente racional, por muy desarrollada o incluso espiritualizada que sea ésta, se nos hace accesible el gran conocimiento divino, luminoso, preciso y directo. Es un conocimiento que surge por unión e identidad con la Divinidad, por “contagio” o por “trasvase” de ese Ser Supremo en el que el ser humano ha reconocido su verdadera identidad y, como consecuencia de ello, se ha abandonado, se ha diluido completamente en Él, hasta el punto de que cada uno de sus actos es el accionar de la voluntad y poder divinos a través de él.
Naturalmente que el proceso descrito es, en general, lento, largo y muy difícil. El ser supramental va surgiendo en la misma medida en que podemos superar nuestro ego hasta en sus manifestaciones más sutiles, en tanto en cuanto podemos purificar nuestro cuerpo, vital-emocional y mente racional para que, liberados, se eleven paulatinamente en una poderosa aspiración hacia el Uno, el Ser Supremo, hasta establecer una unión e identidad totales con Él.
Cuando nuestra unión e identidad con la Suprema Realidad sean totales nuestro conocimiento ya no estará sujeto a error, aunque a los ojos de los seres humanos comunes nos equivoquemos según las leyes de la mente racional o las reglas sociales establecidas. Porque este conocimiento encuentra su interés único en el establecimiento de la voluntad divina en la Tierra y en el mayor desarrollo de la evolución humana en pos de alcanzar su plena esencia divina, y no en garantizar algún orden o moral establecidos por el hombre, aunque éstos puedan ser necesarios en un tiempo y lugar determinados.
Pero, cuando la adquisición de este conocimiento supramental no es completa, cosa que generalmente sucede, nuestra mente está sujeta a error. Intentamos saber sobre situaciones presentes o venideras, sobre personas y sus pensamientos y sentimientos presentes y futuros, sobre el éxito o fracaso de alguna iniciativa, o sobre la conveniencia de determinadas decisiones o actuaciones… y nos equivocamos, a veces, reiteradamente. También ocurre que ese querer saber o adivinar responde, en realidad, a un oculto y no confeso interés de desarrollo y manifestación personal, y no precisamente a la manifestación del Uno Consciente y al desarrollo de sus planes a través de los actos realizados por nosotros. O sintiéndonos tocados por la mano de Dios, creemos que todo lo que expresamos es SU expresión, que todo lo que manifestamos es SU manifestación y que nuestros planes son siempre SUS planes. Tal vez nos sintamos instrumentos suyos, sí, pero en cualquier caso instrumentos imprescindibles, si no casi únicos. Y, de este modo, henchidos de cierto poder personal alcanzado por nuestro desarrollo espiritual, nos sentimos dominadores-conocedores del pasado, presente y futuro, y hasta podemos llegar a creernos la reencarnación viviente del propio Buda, Cristo o Krishna históricos, y considerar completamente lógico y hasta imprescindible para el bien de la humanidad un reconocimiento mundial de tan excelso desarrollo espiritual.
No importa que la realidad contrastada eche por tierra reiteradamente nuestros pronósticos, adivinaciones, planes, etc. Siempre queda el argumento de que la Consciencia o la Divinidad escriben recto con renglones torcidos. Esto es así, pero quiere decir que nuestros errores forman parte necesaria del plan evolutivo diseñado para el ser humano, porque la función del reiterativo error es, precisamente, la de advertirnos sobre aquellas dificultades, impurezas, deficiencias… que todavía nos separan de la Verdad. El error de conocimiento persistirá mientras necesitemos la luz roja de advertencia de que algo debemos corregir en nuestro modo de percibir las realidades, en la manera de situarnos ante los acontecimientos, en las intenciones profundas con las que realizamos nuestras acciones, etc. Cada error es un peldaño de la escalera de la Verdad, siempre y cuando nos demos cuenta de él. El Ser Omnisciente no se equivoca nunca, nosotros sí, y nuestro error siempre es la manifestación de su acierto.


Entre nuestras percepciones y actuaciones erróneas y la Verdad siempre se interpone un ego. Cuanto mayor sea el desarrollo espiritual alcanzado más sutil será ese ego. Las personas muy evolucionadas que ya han renunciado al fruto de sus obras pueden caer en el ego del instrumento tal como describe SRI AUROBINDO en “El Yoga de las Obras Divinas” (Síntesis del Yoga I parte):
“Si el egoísmo del trabajador desaparece, el egoísmo del instrumento puede reemplazarlo o hasta prolongarlo bajo un disfraz. La vida del mundo estuvo llena de ejemplos de egoísmo de esta clase y puede ser más absorbente y enorme que cualquier otro; el mismo peligro se halla en el Yoga. Un hombre se convierte en líder o eminente en un círculo grande o menor, y se siente lleno de un poder que sabe que está más allá de su propia fuerza del ego; puede tener conciencia de un Hado que actúa a través de él o de una Voluntad misteriosa e insondable o de una Luz interior de gran fulgor. Se producen extraordinarios resultados con sus pensamientos, acciones o genio creador. Efectúa alguna tremenda destrucción que despeja el sendero de la humanidad o concreta alguna gran construcción que se convierte en su momentáneo lugar de descanso. Es un azote o un iluminador o taumaturgo, un creador de belleza o un mensajero del conocimiento. O, si su obra y sus efectos se hallan en menor escala o tienen campo limitado, se le sigue con suma atención considerándolo un instrumento y un elegido para su misión y labor. Los hombres que cuentan con este destino y poderes llegan fácilmente a creerse meros instrumentos en manos de Dios o del Hado; pero hasta en esta declaración podemos apreciar que puede introducirse o refugiarse un egoísmo más intenso y exagerado que el que los hombres comunes tienen el valor de afirmar o la fuerza para alojar dentro de ellos. Y con frecuencia, si los hombres de esta índole hablan de Dios, es para erigir una imagen de él que en realidad no es sino una enorme sombra de su propio tipo de voluntad, pensamientos, cualidad y fuerza. Esta imagen magnificada de su ego es el Amo al que sirven. Esto sucede demasiado a menudo en el Yoga con naturalezas o mentes vitales y burdas, demasiado fácilmente exaltadas, cuando permiten que la ambición, el orgullo o el deseo de grandeza se internen en su búsqueda espiritual, viciando su pureza motivacional; hay un ego magnificado entre ellos y su ser verdadero que para su finalidad personal se aferra a la fuerza de un invisible Poder mayor, divino o no-divino, que actúa a través de ellos, y de los que llega a ser vaga o intensamente consciente…
… No debe haber egoísmo de género alguno en la actitud del instrumento, hasta cuando estemos plenamente conscientes de la grandeza de la Fuerza que está dentro de nosotros. Todo hombre, a sabiendas o no, es instrumento del Poder universal y, aparte de la Presencia interior, no hay tal diferencia esencial entre una acción y otra, entre una clase de instrumentación y otra, como podría justificarlo la necedad de un orgullo egoísta. La diferencia entre conocimiento e ignorancia es una gracia del Espíritu; el hálito del Poder divino sopla, penetra y llena hoy a uno y mañana a otro con la palabra o la pujanza. Si el alfarero modela mejor una vasija que otra, el mérito no estriba en ésta, sino en quien la confecciona. La actitud de nuestra mente no debe ser: “Esta es mi fuerza” o “Contemplad el Poder de dios que hay en mí”, sino más bien: “Un Poder Divino trabaja en esta mente y cuerpo, y es el mismo que trabaja en todos los hombres y en el animal, en la planta y en el metal, en las cosas conscientes y vivientes, y en las cosas que parecen inconscientes e inanimadas”. Este amplio criterio del Uno trabajando en todos y de todo el mundo como instrumento igual de una acción divina y auto expresión gradual, si llega a ser nuestra íntegra experiencia, ayudará a eliminar todo egoísmo rajásico de nosotros y hasta el sentido sáttwico del ego empezará a desaparecer de nuestra naturaleza.
La Eliminación de esta forma del ego lleva directamente hacia la verdadera acción instrumental que es la esencia del perfecto Karma-Yoga. Pues mientras alojamos al ego instrumental, podemos pretender que somos instrumentos conscientes de la Divinidad, pero en realidad procuramos convertir a la Shakti Divina en instrumento de nuestros deseos y propósitos egoístas. Y aunque el ego se someta pero no se elimine, podemos ser ciertamente motores de la Obra divina, pero seremos herramientas imperfectas y distorsionaremos o perjudicaremos su accionar con nuestros errores mentales, nuestras desfiguraciones vitales o las pertinaces incapacidades de nuestra naturaleza física…”