3/8/09

MEDITACIÓN EN EL SILENCIO Y EN LA LUZ

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO
http://www.aurobindointegral.com/

Estando muy atentos en meditación a todo lo que acontece en nuestra mente, nos daremos cuenta de que los pensamientos inconscientes vienen de fuera de nosotros, del exterior. Podemos llegar incluso a sentir una especie de sutil indicación de que un pensamiento está a punto de formarse. Sentiremos el aviso del surgimiento del pensamiento inconsciente y se disolverá por la propia observación o por nuestra voluntad, latente o activa, de no permitir que entre en nosotros y nos turbe. Para poder acceder a esta experiencia tenemos que estar muy dentro de nosotros mismos, plenamente centrados y la ruidosa mente silenciada. Hay personas que en esas circunstancias acceden a la experiencia del Silencio profundo, que es sonoro, expansivo, abarcante, penetrante, a veces sobrecogedor… Cuando esta experiencia se hace permanente en nosotros, comprobamos que el Silencio siempre está ahí, en cualquier momento y situación que nos permita escucharlo, en nuestro interior y fuera de él, porque su naturaleza es de infinitud.
Entonces la meditación puede asentarse en este Silencio como en un bastión, un baluarte en el que cesa el flujo de pensamientos. Se ha hablado mucho sobre la imposibilidad del silencio mental, argumentando que es irrealizable que la mente permanezca en un espacio de no pensamiento, como si la mente humana estuviera irremisiblemente supeditada al incesante devenir de sus pensamientos automáticos. Los que hayan tenido la experiencia del silencio mental saben, a ciencia cierta, que este silencio es una experiencia real, tangible, y que puede llegar a tener una manifestación de sonoridad a veces ensordecedora.
No obstante, el silencio mental no es lo mismo que poner “la mente en blanco”. La ausencia de pensamientos no convierte nuestra mente en un páramo yermo, desinteresado o apático. Nuestra mente está muy despierta, pero busca centrar su interés en un espacio superior a la mente razonadora; digamos que la mente se vuelve contemplativa. La mente, ausente de actividad pensante, puede contemplar la propia expresión sonora del silencio en su magnífica infinitud; o bien la luminosidad que puede surgir en el estado de la mente silenciosa; o la luz y el silencio como manifestación del UNO infinito, Dueño y Señor del universo, etc. O el centramiento deberá ser en todos esos puntos a la vez cuando la mente haya alcanzado tal capacidad.
Si inicialmente hay un yo o conciencia que contempla, progresivamente este yo se disuelve en el propio objeto de contemplación. Y pasamos de escuchar el silencio a ser ese silencio, de contemplar la luz a ser esa luz… El espacio no tiene límites y el tiempo está quieto, y nuestro cuerpo, vital y mente quedan trascendidos en una unidad mayor y más profunda de Silencio y Luz.
Aun con todo, a veces, los pensamientos comienzan a formarse a pesar de nuestro centramiento. Es necesario, entonces, observar los espacios de silencio existentes entre pensamiento y pensamiento y procurar que estos espacios sean cada vez más amplios. También irá aumentando progresivamente la distancia entre nosotros y nuestros pensamientos en la medida en que sea mayor nuestra absorción meditativa. El observador se sitúa en planos cada vez más profundos de su mente y por ello resultan más lejanos los pensamientos, imágenes, etc. que surgen en el acto de la meditación. Cuanto más apartados de nosotros permanezcan, menos nos turbaran, porque un avión que rasea sobre nuestras cabezas nos inquieta y nos descentra y, sin embargo, ese mismo avión en el lejano cielo azul apenas es una mancha grisácea que no tiene ninguna influencia sobre nuestra quietud interior.
Los pensamientos automáticos e inconscientes pertenecen a nuestra mente más exterior, superficial y periférica, mientras el testigo está situado muy próximo a su yo central, real y profundo. Los pensamientos inconscientes toman forma, en algún lugar de nuestra mente más exterior, y les damos consistencia porque, abandonando nuestro centro de observador, nos desplazamos hacia ellos, los abrazamos y les permitimos interactuar de esa manera con nuestro vital emocional. Es entonces cuando los convertimos, ilusoriamente, en “nuestros pensamientos”.
Es evidente que el ser humano no puede crear nada, porque él mismo es creación y criatura del Gran Ser. Sencillamente el ser humano es instrumento para la manifestación de alguno de los infinitos aspectos del Ser-Consciencia-No Forma, de la que es parte. Por todo ello, los pensamientos ni son nuestros, ni creados por nosotros. Los pensamientos inspirados son manifestación de nuestra identidad profunda que es Consciencia y los pensamientos inconscientes son manifestación de la aberrante ausencia de esa misma Consciencia. Por eso, identificarnos con los pensamientos inconscientes como si ellos fueran nuestra propia identidad, además de ilusorio, es atarse a una neurótica locura, porque mientras la Consciencia nos expande y nos hace crecer continuamente, la inconsciencia necesita devorar a sus propios hijos para subsistir.



Junto al silencio mental puede sobrevenir la experiencia de la mente luminosa. En ausencia de todo pensamiento nuestra mente empieza a iluminarse progresivamente. Y se ilumina y se expande más y más, hasta revelarnos un espacio sin espacio, de luz, más allá del universo. En este momento todo funciona por sí mismo, por su propia dinámica consciente. No tenemos que mirar, no tenemos que observar, no tenemos que aceptar o rechazar, no existe un sujeto que perciba esa realidad. Sólo existe una esencia luminosa y consciente. Surge sobre todos los demás un sentimiento: absoluta libertad junto a una claridad mental antes desconocida. Porque, efectivamente, esta experiencia es un salto evolutivo importante hacia la visión profunda de la mente y la lucidez consciente. En esta lucidez consciente brota la comprensión súbita y directa de realidades profundas o de acontecimientos cotidianos. Esta comprensión es directa porque no está interferida por nuestra mente racional, pensante.
El pensamiento inspirado o iluminado es expresión de la visión y comprensión profundas de aspectos de esa Realidad Superior que existe por sí misma. Pero el pensamiento inspirado no crea esa Realidad, sino que sólo es el puente entre la realidad divina y la mente humana.