2/11/09

CONCIENCIA EGÓICA

Isidro Rikarte
Centro AUROBINDO

http://www.aurobindointegral.com/

El ego es el gran obstáculo en el crecimiento del ser humano hacia su plenitud y perfección, a los que tiende de forma natural por su propio diseño evolutivo. La naturaleza siempre se ha orientado a la culminación de todo su potencial, mutando a través de la materia hasta el animal y a través de éste hasta el ser humano racional. La siguiente etapa evolutiva parte del ser humano racional hacia un ser espiritual, que culminará su evolución en el ser humano divino, supramental, porque ya haya realizado y poseído la divinidad en sí mismo, o dicho de otro modo, porque ya haya actualizado completamente su propia esencia divina.

En cierto sentido la materia y el animal son más perfectos que el ser humano, porque cumplen linealmente con su función dentro de la naturaleza y porque, desde este punto de vista, la manifestación de la divinidad en ellos es más “fiel” y acabada. Poseen además la marca de la Consciencia divina, precisamente por la lealtad con que la manifiestan y la fidelidad con que siguen sus planes y reflejan el rostro de la Consciencia divina en su propia naturaleza. Es por esa razón por la que el ser humano ha podido evolucionar desde la materia y el animal hasta su estado actual; es decir, desde una consciencia más quieta y “pasiva”, a una consciencia en incesante evolución.

El salto del animal al ser humano racional tiene como consecuencia, entre otras, el surgimiento de la conciencia individual en él. Gracias a esta conciencia el ser humano puede darse cuenta de su propia identidad; puede relacionar esta identidad con la de sus congéneres; puede supeditar esta identidad e interés personal a otra identidad e interés más amplio, el colectivo, que en parte le garantiza su supervivencia como especie; puede mirar, reflexionar sobre sus propios actos y, en su caso, corregirlos, escapando así del “determinismo” que padecen la materia y el animal y, por último, puede elevar su conciencia individual hacia una consciencia trascendente, como reconocimiento y comprensión de que la fuente de todo cuanto él es, su propio ser esencial, emana de una Realidad Superior sustentadora del universo entero, omniabarcante, omnisciente, omnipresente en todas las manifestaciones del cosmos.

Pero esta conciencia individual está limitada y distorsionada por el tirano dominio de su mente racional que le dificultan percibir su realidad interior y su exterior de forma intuitiva y directa y le impiden una relación íntima, profunda y estable con su esencia de consciencia, de energía y amor, como manifestación de la Consciencia pura, la Autoexistencia y el puro Deleite amoroso del Uno, del Absoluto (Sat-Chit-Ananda, en algunas corrientes filosófico-espirituales).

La mente racional que permitió al ser humano romper las limitaciones del animal, lo mantienen ahora preso, dificultando su evolución hacia el ser espiritual. Pero éste parece ser el devenir de la evolución, que necesita siempre transformar y superar aquellos aspectos que en su día supusieron su liberación parcial de una realidad más limitada.

Una de las barreras que impone la mente racional ordinaria es que para ella sólo existe como realidad digna de crédito, el mundo material y físico, negando cualquier otra existencia al margen o más allá de él. Por ello nuestra razón miope sólo se fía de las percepciones de nuestros sentidos físicos. La historia de la ciencia es una crónica de los errores de percepción de nuestros sentidos, desde la percepción de la Tierra como una superficie plana a la percepción de que el sol giraba alrededor de la tierra, sólo porque nuestro sentido de la vista nos lo presentaba de esa manera. Nuestra mente se identifica así con el cuerpo como elemento material que sustenta nuestra vida y la limita y la define en el tiempo y en el espacio, y, en consecuencia, se identifica también con sus sentidos que nos relacionan con el mundo exterior, limitando y definiendo éste de la misma manera. Pero la conciencia humana se eleva un poquito más y se da cuenta de sus propias emociones y se identifica con ellas, de tal manera que sus sensaciones de bienestar y felicidad dependen del ciclo de sus variables emociones y pasará toda su vida dedicado a controlar, minimizar y enterrar las emociones que perturben su estabilidad y dicha. Y para poner orden sobre el caos de las emociones y controlar los instintos de nuestro cuerpo físico surge la identificación con la mente racional, que es sin duda una avance evolutivo, pero en la que el ser humano queda cautivo de su propia identificación hasta llegar a asumir como su verdad existencial el principio cartesiano “Pienso, luego existo”.

Surge así nuestra conciencia egoica, nuestro ego, de esa triple y errónea identificación que confunde nuestra esencia, nuestro ser real y verdadero con el cuerpo y sus sensaciones, las emociones vitales y los pensamientos de nuestra mente racional, aunque la mayoría de estos sean automáticos y, por tanto, fuera de nuestro control mental.

El resto de identificaciones “secundarias” de nuestro ego, tales como el prestigio social, la prosperidad económica, el reconocimiento del grupo a que pertenecemos, satisfacción de deseos que buscan placer, bienestar, etc., están relacionados, de un modo u otro, con alguna de estas tres identificaciones base y buscan, a través de ellas, algún tipo de hegemonía del individuo respecto a sus congéneres.

Nuestra conciencia egoica crea una dualidad radical interior entre nuestro yo verdadero y central y el yo erróneo que surge del ego; una dualidad horizontal exterior separativa entre mi yo egoico y el resto de los individuos con los que me relaciono, puesto que mi ego necesita imponerse sobre los demás, y llega a considerarlos como una amenaza para él; y una dualidad vertical entre yo y la Realidad Superior a la que mi ego me impedirá acceder.

La conciencia egoica es, por tanto, la gran dificultad para nuestro acceso a una conciencia trascendente y universal de las que hablaremos en próximos artículos.