11/4/11

LA MEDITACIÓN EN EL YOGA INTEGRAL II

Isidro Rikarte

Escuela de Yoga Integral www.aurobindointegral.com

Centro Sri Aurobindo de Pamplona

La Concentración

Si aceptamos, como hemos visto, que esa mente que necesitamos aquietar ejerce un poder sobre nosotros porque nos hemos identificado con sus pensamientos y todos sus movimientos hasta llegar a considerarlos propios y dentro de nosotros, el primer trabajo para sosegarla e incluso llegar a establecer una extensa y permanente calma en ella, será necesariamente separarnos, desidentificarnos de lo que en ella sucede, percibirla como algo periférico a nosotros, observarla con la suficiente distancia y desinterés como para ver su dinámica incesante y automática, su naturaleza recurrente y obsesiva, su limitación a la hora de percibir las esencias y la verdad que se oculta más allá de las formas y de las características de las cosas que nuestros sentidos le presentan.

Pero, ¿cómo podemos distanciarnos, desinteresarnos y desidentificarnos de una mente que hasta ahora, en la vida ordinaria, exteriorizada y superficial que hemos vivido ha sido como nuestra propia piel, un elemento que, aunque a veces nos torture, nos ha parecido imprescindible o, por lo menos, inevitable? Y una vez trascendida de esa mente, ¿qué hay? ¿Tal vez un vacío quieto, calmo, pero inefectivo que aletargue nuestra dinámica cotidiana, que dificulte la resolución efectiva de nuestros problemas diarios o la realización de las tareas que el imperativo de esta vida nos impone? Parece que la solución pasa por hacer de ella un instrumento adecuado que nos permita afrontar la vida con efectividad porque obedece a la voluntad consciente de nuestro interior; se silencia para la contemplación de las verdades y esencias ocultas detrás de la apariencia de las cosas; se activa, pero siempre sobre una calma estable en la que asienta todo su movimiento, en la que ya no existe el ruido mental ni las interferencias de las proyecciones e identificaciones de nuestro ego; que ya no se subordina fácilmente a las propuestas de nuestro deseo para darles cobertura mental, sino que más bien se impone sobre él y acaba dirigiendo nuestro vital. Estamos hablando de una mente que al haber sido calmada empieza a autotrascenderse hacia otras posibilidades mayores de visión más profunda y exacta de lo que acontece en nuestro interior y exterior.

Pero es evidente que para esta tarea inicialmente necesitamos un bastión, un punto sobre el que concentrar nuestra atención, porque de otra manera saldríamos corriendo, una vez más, a abrazar cualquiera de sus propuestas, cualquier pensamiento que surja en ella, para quedar atrapados en su devenir insensato.

Los puntos de concentración pueden ser muy variados. Podemos poner nuestra atención sobre un objeto o un punto fijo exterior a nosotros; o sobre puntos de nuestro cuerpo como la parte superior de la cabeza, el entrecejo o el corazón espiritual, correspondientes a tres chacras o centros importantes que tienen distintas funciones en nuestro desarrollo espiritual: el chacra o centro del corazón espiritual tiene como función dirigir el ser emotivo superior, con sus sentimientos más elevados y espirituales, con el ser psíquico situado en su parte posterior; el chacra del entrecejo dirige la voluntad y la visión profunda, más allá de las apariencias de las cosas que nos presentan nuestros sentidos; el chacra o centro de la parte superior de la cabeza dirige la mente pensante superior y la mente iluminada y nos abre hacia la intuición y la sobremente. Estos chacras o centros pertenecen a nuestro cuerpo sutil, pero pueden llegar a manifestarse y, en consecuencia, podemos llegar a percibirlos de manera muy clara en nuestro cuerpo físico. Al concentrar nuestra atención sobre los chacras estamos dirigiendo nuestra energía hacia ellos propiciando su paulatino despertar o apertura que nos posibilite las experiencias que a cada uno corresponden según hemos descrito. Sri Aurobindo aconseja sobre esto a uno de sus discípulos: “La otra manera es la concentración; concentras tu consciencia en el corazón (algunos lo hacen en la cabeza o encima de ella) y allí meditas en la Madre y pides su presencia. Puedes utilizar uno de los dos métodos o ambos en momentos diferentes: como venga a ti naturalmente o te sientas impulsado a hacer en un momento dado” [1]

Otro punto de concentración puede ser la respiración abdominal. La respiración, como función vital que es, sucede por sí sola y está siempre ahí, en nosotros y, por ello, facilita nuestra concentración; nos une a la vida, regula nuestras energías y proporciona el relajamiento de nuestro cuerpo, vital y mente, Puede ser utilizada para entrar en nuestro interior o concentrarnos en nuestro corazón espiritual para aquellos que tengan dificultades de hacerlo directamente, sintiendo que con cada respiración entramos un poco más dentro de nosotros mismos.

También podemos utilizar como base de nuestra concentración alguna de nuestras sensaciones interiores como la quietud, paz o incluso el gozo, si podemos llegar a sentirlo. Tanto la concentración en nuestro interior como esta conexión con la calma y paz interiores nos pone en contacto con aspectos relevantes de lo que es nuestra realidad interior, nuestra esencia, y favorece la posibilidad de la emergencia progresiva de nuestro ser psíquico.

Una idea o pensamiento puede ser, del mismo modo, objeto de nuestra concentración: Dios; Dios como amor, paz o gozo o cualquier otro de sus aspectos; el Absoluto, el Uno, el Todo…, tanto en su versión impersonal, como en su vertiente personal como amado, amigo, maestro, etc.

Puede ser un sonido como OM como representación sonora del Absoluto o también un mantra sobre el que nos concentramos.

Cualquiera de los puntos descritos y otros pueden servirnos para hacer la concentración que es imprescindible en nuestro yoga, siempre teniendo presente que el objetivo final es el contacto con el Divino, su Poder y su Presencia: “En este yoga no hay otro método que el de concentrarse –preferentemente en el corazón- invocando la presencia y el poder de la Madre para que tome posesión del ser y transforme la consciencia con la acción de su fuerza. Cabe también concentrarse en la cabeza o en el entrecejo pero para muchos esta apertura es demasiado difícil. Si la mente se aquieta y la concentración se torna fuerte y la aspiración es intensa, es que tiene lugar el comienzo de la experiencia. Cuanto más grande sea la fe, más probabilidades hay de obtener un resultado rápido. El resto no depende sólo del propio esfuerzo: hay que lograr establecer contacto con el Divino y ser receptivo al Poder y a la Presencia de la Madre” [2]

Objetivos de la concentración

Ya hemos apuntado que el objetivo más básico de la concentración es el aquietamiento de nuestra mente, ya que en una mente incontrolada no puede presentarse experiencia, ni comprensión alguna. Para aquietar nuestra mente debemos observarla sin perder nuestra concentración. La concentración es la acción básica que debemos cumplir, pero nuestra mente seguirá imparable y nosotros nos damos cuenta de sus pensamientos. Los miramos con la mayor distancia posible, sin dispensarles ningún interés y sin identificarnos con ellos, como quien mira un paisaje o el horizonte lejano por el que surcan las aves. Los dejamos pasar, surgen y desaparecen y nosotros seguimos concentrados. Nos distraemos y volvemos a nuestra concentración. Al cabo del tiempo que cada uno requiera, si hemos perseverado en la concentración, notaremos como esos pensamientos que antes raseaban amenazantes sobre nuestra conciencia observadora ahora los percibimos cada vez más lejanos, mas difusos y menos inquietantes, como quien mira una avión atravesar el cielo, tan lejano a nosotros que no es sino una imagen difuminada que apenas podemos distinguir y ya no nos incomoda ni perturba. También su frecuencia disminuye; entre pensamiento y pensamiento podremos percibir unos instantes de silencio o de no pensamiento: estamos ya ante claros síntomas del aquietamiento mental.

A base de observar con esta distancia los pensamientos, por la pura contemplación de nuestra mente, llegaremos a conocer su caprichosa naturaleza que ya hemos descrito anteriormente y también nos daremos cuenta de que esta mente es exterior a nosotros y, además, constataremos que nada tiene que ver con un yo profundo, con una consciencia interior, con una esencia-verdad en nosotros que es precisamente desde donde parte nuestra observación. Se establecen así dos ámbitos en nosotros: uno interior y profundo donde se asienta nuestra observación y otro exterior y superficial que corresponde a la mente que estamos observando. Hay, por lo tanto, un testigo interior, silencioso y quieto, que puede contemplar nuestra parte periférica a la que pertenece nuestro movimiento mental. En esta mente sosegada nos es posible no sólo detectar los pensamientos, sino rechazar o admitir, según su naturaleza, lo que a nuestra mente se presenta, tal como indica Sri Aurobindo: “Tener una mente sosegada no significa la ausencia total de pensamientos o de movimientos mentales, sino que éstos permanecen en la superficie y que en el interior se siente el ser verdadero separado, observándolos pero sin dejarse arrastrar, capaz de vigilarlos y de juzgarlos, de rechazar todo aquello que tiene que ser rechazado y de aceptar y de observar todo aquello que es verdadera consciencia y experiencia verdadera”.[3]

El silencio mental es otro de los estadios al que se puede acceder como consecuencia de la concentración. El silencio mental es una mente vacía, sin pensamientos ni movimiento mental alguno, al que, una vez adquiridas las facultades necesarias, se puede llegar a voluntad y en el que se presenta a nuestra mente la percepción de la verdad y esencia de las cosas. Por lo tanto, el silencio mental y la calma mental no son lo mismo, tal y como Sri Aurobindo describe: “La diferencia entre una mente vacía y una mente en calma es ésta: cuando la mente está vacía no hay en ella pensamientos, ni concepción, ni acción mental de ninguna clase, salvo una percepción de esencias de las cosas sin formación de ideas; pero cuando la mente ha conseguido la calma, la sustancia misma del ser mental es la que permanece tranquila, tanto que nada la perturba. Y si se producen pensamientos o actividades, en ningún caso surgen de la mente, sino que viene desde fuera y cruzan la mente como un vuelo de pájaros cruza el firmamento cuando el aire está inmóvil… Una mente que haya alcanzado esta calma puede empezar a actuar, incluso intensa y poderosamente, pero conservará su sosiego fundamental, sin producir nada de mí misma, pero dando forma mental a lo que recibe de lo Alto sin añadirle nada suyo, con calma e imparcialidad y, sin embargo con el gozo de la Verdad y el poder y la luz felices de su transmisión.” [4]

Sobre el silencio mental Sri Aurobindo nos indica: “No es cosa indeseable para la mente sumirse en el silencio, estar inmóvil y libre de pensamientos, puesto que al silenciarse la mente es cuando más a menudo se produce el descenso completo de una vasta paz procedente de lo alto, y, en esta vasta tranquilidad, se produce la realización del Yo silencioso que está encima de la mente extendido por todas partes en su inmensidad…” [5]

La manifestación del ser psíquico (el alma, el delegado del Divino en nosotros) es otra de las posibilidades de la concentración-meditación, puesto que el ejercicio constante de interiorización hará posible nuestro progresivo conocimiento y contacto con esta realidad interior y facilitará el emerger del ser psíquico, que como conocedor de la Verdad, acabará gobernando nuestro trabajo de yoga y psiquizando todas las partes de nuestro ser para el descenso de la Fuerza divina que finalmente trasforme todo él.

Nuestro esfuerzo, por tanto, consistirá en alcanzar una mente superior, más luminosa que la racional, pensante, que aparece cuando nuestra mente superficial se silencia. Esta mente superior, ayudada por nuestro ser psíquico son los dos grandes resortes de nuestro yoga o los dos asideros que tiene el Divino para actuar sobre nuestra naturaleza tal y como expresa Sri Aurobindo: Esta mentalidad superior y esta alma más profunda, el elemento psíquico del hombre, son los dos garfios por lo que la Divinidad se afirma sobre su naturaleza” [6]

Porque nuestra práctica de concentración-meditación no es sino un medio para alcanzar la concentración de todo nuestro ser en el Divino que es el gran instrumento del Yoga Integral. Esto significa que en nuestra vida, además de la práctica estricta de concentración-meditación, habrá una sola dirección, un solo interés, objetivo y prioridad, la Divinidad; y esta concentración hacia la Divinidad debe acaparar tras de sí nuestro pensamiento, nuestro corazón y voluntad, de tal manera que nuestra mente se vacíe de ego para llenarse del Uno, nuestro corazón albergue los sentimientos más elevados de aspiración hacia Él y nuestra voluntad actúe en las obras con el único objetivo de ser instrumento de su voluntad, porque “Nuestro único objetivo debe ser la Divinidad misma, a la que a sabiendas o no, algo de nuestra naturaleza secreta siempre aspira”[7]

Qué hacer con los pensamientos en la concentración

Debemos distinguir lo que son los pensamientos ordinarios de nuestra mente exterior, esos que constituyen el ruido mental, los que agitan nuestra mente interfiriendo o impidiendo toda comprensión más allá de los aspectos superficiales y aparentes de las circunstancias y de las cosas, que en muchos casos son desviaciones y proyecciones de nuestro ego y deseos, e interpretan la realidad en función de la limitación e interés de aquellos. Estos son los pensamientos y ésta es la mente que deseamos acallar o, cuando menos, alejar de nosotros para instaurar en ella el aquietamiento necesario para acceder a una visión más clara y profunda de cuanto nos rodea.

Pero existen también los pensamientos inspirados que son la expresión de una verdad percibida, como un apercibimiento o un descenso a nosotros de certezas, de aspectos que necesitábamos comprender o como solución a problemas que teníamos que resolver. Digamos que nuestra mente no ha comprendido como consecuencia de una elucubración racional o actividad pensante, sino que se ha presentado a ella la comprensión, pero la mente la traduce a pensamiento para que la podamos aprehender y posteriormente comunicar a otros -a través también de pensamientos- aún con el evidente riesgo de limitarla o desvirtuarla, en cierto modo, en el proceso. De este modo nos han legado los maestros sus enseñanzas. Lo que sucede muchas veces es que en una mente que no está suficientemente limpia y purificada de ego, éste intenta adueñarse de todo lo que entra en ella, lo desvirtúa y lo desnaturaliza y lo que podría haber sido una inspiración o intuición acaba siendo una simple proyección de nuestro ego y deseo, quedando la inspiración vacía o, por lo menos, muy desfigurada respecto a lo que fue su origen. Conviene, por todo ello, y siempre que las circunstancias nos lo permitan, dejar un tiempo prudencial antes de seguir nuestras inspiraciones, para que se puedan ir depurando de las influencias de nuestro ego que buscará siempre resolver inmediatamente cualquier asunto porque le suele resultar imprescindible satisfacerse cuanto antes. No obstante, si estamos seguros de lo genuino de nuestra intuición, pudiera ser que ésta misma nos exija actuar inmediatamente, lo que deberemos hacer para evitar que nuestra energía se pierda o debilite en la demora, lo que podría perjudicar la efectividad de nuestra acción.

Pero cuando nos planteamos qué hacer con nuestros pensamientos en la concentración, naturalmente nos referimos a los primeros, a los que embadurnan nuestra mente y oscurecen su posibilidad luminosa de comprensión. Respecto a las maneras que tenemos de posicionarnos ante los pensamientos, Sri Aurobindo nos expone tres posibilidades: “Una de éstas (maneras) es la de contemplar los pensamientos sin aprobarlos y, observando la naturaleza de la mente humana tal como sus pensamientos la revelan, dejar que poco a poco vayan desapareciendo. Este es el sistema recomendado por Vivekananda en su Rajayoga.

Otro procedimiento es el de contemplar los pensamientos como si no fueran propios, el de convertirse en el testigo que se mantiene detrás y no da su consentimiento. Los pensamientos son considerados como cosas procedentes del exterior y hay que sentirlos como transeúntes que cruzan el espacio mental, con los cuales no se tiene ninguna relación ni despiertan el menor interés. De esta manera, después de cierto tiempo, la mente se divide generalmente en dos partes: el testigo mental que observa, mientras permanece perfectamente impasible y sosegado, y el objeto de la observación, el espacio por el que cruzan, errantes, los pensamientos.

Hay, por último, un tercer método, activo, en el que uno se esfuerza en ver de dónde vienen los pensamientos y se descubre que no proceden del interior, sino de fuera de la cabeza, por así decirlo. Si uno logra descubrirlos cuando están viniendo, debe rechazarlos completamente, antes de que puedan entrar. Este procedimiento es tal vez el más difícil y no todo el mundo puede practicarlo; pero si se puede seguir, es el camino más corto y el más eficaz hacia el silencio.”[8]

[1] Guía del Yoga Integral, pág. 89. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[2] Guía del Yoga Integral, pág. 82. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[3] Guía del Yoga Integral, pág. 61. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[4] Guía del Yoga Integral, pág. 62-63. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[5] Guía del Yoga Integral, pág. 63. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona

[6] Síntesis del Yoga, primera parte. Pág. 74. Editorial. Kier. Buenos Aires

[7] Síntesis del Yoga, primera parte. Pág. 76. Editorial. Kier. Buenos Aires

[8] Guía del Yoga Integral, pág. 97. Fundación Centro Sri Aurobindo. Barcelona