24/1/10

EL YOGA INTEGRAL DE SRI AUROBINDO (II)

Isidro Rikarte
Centro Aurobindo
http://www.aurobindointegral.com/

Yoga del Trabajo o Yoga de las Obras Divinas

Tal vez sea el Yoga de las Obras Divinas el más difícil de poner en práctica y la disciplina yóguica que más dificultades nos presenta, porque la acción exige de nosotros, en muchas ocasiones, la relación con el exterior en unas circunstancias como el trabajo, familia, amigos, en las que los factores emocionales y nuestras proyecciones y expectativas egóicas siempre han resultado determinantes para realizar nuestro trabajo o acción. Podríamos decir que nuestra voluntad para la acción casi siempre ha estado determinada o impulsada por un deseo, ha sido detonada por una emoción, o una búsqueda del logro de unas expectativas y objetivos de nuestro ego; o por las exigencias de bienestar o placer físico, emocional y mental…
También en esa relación con el exterior, en la actividad, a veces intensa, en la relación múltiple con otras personas, sufrimos el impacto de muchos estímulos, energías, etc. que continuamente nos invitan a descentrarnos y a perder la presencia.

Parecen más proclives al recogimiento, al centramiento y al necesario surgimiento y hegemonía en nosotros de nuestro ser psíquico o central, la concentración-meditación y el propio yoga de la devoción, que el de las obras. Porque, a priori, en actos como el de la meditación nuestra aspiración puede estar más presente y nuestra mente puede conquistar mayor quietud para el descenso de la Consciencia a nosotros, que en la vorágine de nuestra actividad, en el proceloso mar agitado de la exigente acción que nos impone la vida moderna. Parece más fácil poder nadar en una piscina de aguas quietas que en alta mar a merced de su oleaje y de su poder destructor.

Y, sin embargo, el yoga de las obras es el primero que Sri Aurobindo trata en su Síntesis del Yoga, suponemos que no de manera fortuita o accidental, sino por la importancia que tiene el yoga de las obras divinas en el Yoga Integral que Sri Aurobindo nos propone. Porque, si no es a través de las obras, no hay realización verdadera, puesto que la experiencia interna la convertimos en realización a través de la acción y el yoga de las obras consiste en volcar en la acción, en el trabajo, nuestros progresos interiores.

A través de las obras volvemos dinámica y eficaz nuestra evolución interna que inicialmente se manifiesta de forma quietista, silenciosa, apartada, recogida. De la misma manera el Divino se expresa dinámicamente a través de las formas, de la creación, naturaleza, que son sus obras; y su autoexistencia quieta se manifiesta múltiplemente por medio de todas las existencias creadas y completadas en el devenir de su evolución. Toda evolución es dinámica y requiere acción, actuar; y sin el ACTO, sin actuar no podemos actualizar los potenciales que constituyen nuestra esencia, los poderes que el Divino ha depositado en nosotros y de los que ya hemos hablado. Es un error frecuente la pretensión de algunas personas de evolucionar a golpe de experiencias espirituales, más o menos verdaderas, más o menos impactantes, que si bien podrían constituir un enriquecimiento de la consciencia, no están unidas ni se aplican a un trabajo de trasformación de sus vidas, por no existir un convencimiento o conocimiento de que no existe realización verdadera sin tal trasformación. Son como salpicaduras de brillante purpurina sobre un oscuro y persistente manto de sufrimiento e ignorancia.

Saber es realizar y la comprensión profunda no es completa hasta que no podemos realizarla en nuestra vida cotidiana, y no supone una trasformación tanto de nuestro interior, como de nuestros comportamientos, automatismos, modelos, hábitos, etc.

Con el yoga de las obras pretendemos ser instrumentos del Divino y de sus planes, que nuestras obras sean expresión de la voluntad del Supremo a través de nuestra propia voluntad. La culminación de este yoga resulta cuando nuestra voluntad y la del Divino son una sola.

Pero esto es una meta, un grado superior de evolución y no el punto del que partimos. Un buen punto de partida puede ser comenzar a actuar con plena conciencia de lo que estamos haciendo para poder llegar a actuar con plena consciencia, es decir, dirigidos por la Consciencia Divina que actúa a través de nosotros. La conciencia en nuestras obras nos pide darnos cuenta de lo que hacemos en el presente y también activar nuestros potenciales personales, como poderes del Divino que son, en las obras que realizamos. Pero, además, deberemos darnos cuenta también de que, en realidad, nuestras obras deben ser SUS obras, como nosotros mismos somos su obra y su manifestación, y que, por tanto, existe un Director o Maestro de Obra Supremo.

A nivel práctico, al principio, ya que muchas de las obras que realizamos requieren toda nuestra concentración, y no tenemos capacidad, ni siquiera sea recomendable diversificar nuestra atención, podemos ofrecer cada trabajo que vayamos a realizar y agradecer al Divino, al final del mismo, la energía y el discernimiento que nos ha otorgado para realizarlo. Es imprescindible sentirnos cada vez más y mejores INSTRUMENTOS de la obra divina a través de nuestras obras; instrumentos cada vez más conscientes, que comprenden que su misión es cumplir con el propósito y obra del UNO. Sentimos, además, el orgullo de ser sus instrumentos sin tratar de interferir con nuestras pretensiones y expectativas egóicas personales, como la flecha lanzada por el arquero –en ejemplo utilizado por Sri Aurobindo- no interfiere en la dirección que la misma debe tomar; no interroga al arquero sobre el por qué del blanco al que se dirige, ni trata de imponer su requerimiento o condiciones en la misión para la que está destinada; lo mismo que la vasija no pregunta o reprocha al alfarero sobre la estética o función que le ha dado. El abandono de toda pretensión personal es condición para convertirnos en buenos instrumentos. Una vez que nos hemos desnudado de nuestro ego, podemos dejarnos inspirar para que el Divino se manifieste por medio de nuestro trabajo, y sentiremos el inmenso deleite del instrumento que cumple fielmente su cometido.


Se trata de ir actuando y viviendo cada vez en una mayor Presencia, en Su Presencia, para lo cual será necesario que se vaya instaurando en nosotros una calma, un fondo de QUIETUD mientras realizamos nuestras obras. A este respecto, resulta altamente gozoso comprobar como nuestros movimientos y actos surgen de la quietud de la Presencia, del Inmóvil, sin que nosotros tengamos que intervenir sino como mediadores; de la misma manera toda palabra y pensamiento pueden surgir del gran Silencio creador. Es entonces cuando podemos decir que todas nuestras acciones están dirigidas por un yo profundo, central o psíquico, para poder llegar a vivenciar más tarde que es la propia Fuerza de la Divinidad la que actúa a través de nuestras obras.

Por todo ello es considerado el yoga de las obras, junto al yoga del conocimiento y el de la devoción como un medio imprescindible de evolución. Resulta, también un instrumento espiritualmente PURIFICADOR, porque su práctica sincera nos exige continuamente actuar sin pretensiones y motivos personales, ofreciendo nuestro ego (sobretodo nuestro ego altruista y “espiritual”) al Divino, renunciando a nuestra propia proyección en cualquiera de los ámbitos en los que debamos actuar, sobre una base de IGUALDAD INTERIOR que renuncia al propio fruto de la obra, que sólo le corresponde determinar a ÉL. El yoga de las obras deberá también estar asentado en una constante APERTURA a la Fuerza Divina, un ofrecimiento constante de todo nuestro ser para que cada acto que realizamos sea el cumplimiento de Su Voluntad, para que nuestra voluntad quede permanentemente unida a Él y únicamente determinada por su Voluntad. De esta manera va difuminándose, extinguiéndose la voluntad del ego que hasta ahora había regido todo nuestro proceder, nuestras actuaciones. Vamos progresivamente dejando de actuar por impulsos del vital-emocional, por la fuerza del deseo, por las exigencias de bienestar y placer que nuestro cuerpo nos impone; todo ello avalado por las coartadas de nuestra mente que justifican tales movimientos erróneos.

La voluntad del ego desaparece y, a veces, se instaura durante un tiempo en nosotros un tremendo vacío: vamos liquidando nuestro ego, vamos entregándonos cada vez más, nos ofrecemos más y más a Él y parece que Él se oculta, que nos niega su Voluntad, e incluso que se alía con las fuerzas que se oponen a nuestro progreso; y nos percibimos como niños indefensos y abandonados, cuya madre juega con ellos a esconderse. Clamamos y Él no está, llamamos y Él no responde… Carecemos de la fuerza del ego y la Fuerza del Divino parece que se nos niega.

Esta rigurosa prueba que el Divino nos impone tiene como objetivo someter definitivamente nuestra voluntad a la suya, hacernos comprender “en nuestras propias carnes” que ya no podremos mover ni un solo dedo, ni realizar la más leve acción sin su consentimiento, sin su fuerza, si no estamos dirigidos por Su poder dentro de nosotros; que sin su discernimiento todo cuanto hagamos nos alejará de Su Verdad.

Es importante perseverar en esta dura prueba, saber que siempre está a nuestro lado guiándonos y que una vez transitado este desierto nuestro trabajo yóguico resultará purificado, reforzado y orientado definitivamente al cumplimiento de sus planes en nosotros.
Sri Aurobindo distingue en su Síntesis del Yoga dos tipos de trabajo. Inicialmente como experiencia que nos lleva al crecimiento progresivo y constituye un elemento clave de nuestra propia trasformación; y posteriormente como expresión acabada y realización del Divino a través de nuestras obras. Para ello, indica, actuaremos desde una conciencia en Silencio, alojada en el Divino, asentada sobre una aspiración y voluntad de total consagración a Él, aspiracion que clama por el descenso de la Fuerza Divina sobre nosotros, como único motor de nuestros actos.